viernes, 15 de abril de 2022

Maldón

 

Nací en el desierto

Muchos años atrás

Jesús rondaba cerca

Un día no estuvo mas

 

Xue Wang Art´s Page
 Viajé muy lejos

 Por fuego y fulgor

 Buscando el agua

 Que trajera amor

 





Vagué en las montañas

Perdí el control

Maté alimañas

Jugando mi rol

Xue Wang Art´s Page
 

Me maldijo el Diablo

Mostró su calor

Envuelto en las llamas

Enfermo de amor

 

Ansiosa y cansada

Cambie de color

Yací con el Diablo

Devoró mi flor.

viernes, 18 de marzo de 2022

La Big Bang



Había una mujer que pedía, pedía y pedía. Cada vez que lo hacía, abría la boca y de sus entrañas brotaba todo aquello que la había frustrado, todo aquello que la había marcado, todo aquello que, habiendo sido bueno se convertía en malo porque cada pedido que ella hacia venía de su infierno personal. Fue caminando la vida y a medida que avanzaba se fue llenando de causas, todas esas que nadie podía soportar durante mucho tiempo, porque eran causas perdidas y archivadas o invisibles para el resto. Entonces ella, feliz por encontrar en que ocupar su deseo de pedir, trabajaba denodadamente para triunfar en contra del mundo, que es muy grande y devora vidas humanas. Como la de ella era tan pequeña como la de los demás, esas causas que nadie quería se iban pegando a su cuerpo haciéndola sentir fuerte porque ya nada le llegaba, haciéndola sentir sola porque se transformaba día a día en un collage de persona y cosas que todos rechazaban. 

Paso el tiempo, tuvo un hijo y su vida cambió. Ya no estaba sola, ahora tenía un aliado para enfrentar todo aquello que la ofendía. Pero era tan pequeño, tan desvalido y vulnerable que no favorecía su urgencia de pedir, la demoraba en llegar a donde iba. Todo su ser le decía al retoño que se apurara mientras lo cargaba en brazos. Lo amaba pero deseaba que creciera para estar a su altura y defenderla del apetito del mundo o al menos ser su compañero de lucha. Fue así que el niño se desarrolló  más lentamente, tomado por la incongruencia de su madre, que lo amaba pero no dejaba de reclamarle que se hiciera hombre. Estos dos seres no podían conciliar pero se necesitaban. Ella porque era dueña de él y el niño por pequeño. Pero un día su hijo enfermó, comenzó a expresar en su cuerpo todas las frustraciones y detuvo su mente para no entender lo que en realidad le pasaba. Encontrar una salida sería abandonarla y la culpa que sentía por solo pensarlo le sacaba el aire, lo ponía mustio y desvitalizado. Por eso se quedó junto a ella pero muriendo en vida. Esa situación la golpeó tan profundamente que en vez de decidir cambiar se volvió loca de ira y como su instinto le impidió matarlo, simplemente se enojó con los otros que por piedad la dejaban seguir transitando. Y comenzó a romper todo lo que la rodeaba, a maldecir a todos y a lastimarse ella misma. ¡Gritó! Abrió su enorme boca y siguió gritando. Y dejó de pedir para exigir que la escucharan, que le dieran espacio. A ella, a su hijo y a sus causas. Se fue  volviendo irracional e insana, fue invadida por sus propias monstruosidades que se sintieron cómodas y la fueron destruyendo, lenta y despiadadamente. Y sencillamente, como ese Big Bang del que tanto hablan, la presión la fue comprimiendo de tal manera que la única salvación que tuvo fue explotar para desaparecer. 

El niño, ya hombre recogió pedazos de su madre y los guardo en sus entrañas. Tal vez esa negritud creció en él pero nadie sabe dónde está. Tal vez reine en algún continente ideando genocidios o santificando cadáveres. ¿Quién lo sabe?

Es un mundo violento. Se nace con un llanto y se desaparece en un segundo. 

Y a pocos le importa.

domingo, 25 de abril de 2021

Rara

 



¿Cómo se dice cuando se es...?

                    Nacida en la Tierra de Nadie

Gitana que no ama su gitanería

Peregrina errante

del Reino de los Gigantes,

con habilidades perdidas...

 

                                                        Viajera, tal vez,

navegante de un mismo punto...

Naufraga estelar

en un mundo de cosas innominadas.

Argonauta que no recuerda su alias

ni sus causas.

 

Con agotamiento circular

y la cabeza llena de chichones.

De mirada siempre lluviosa,

vista y olfato, averiados.

Sin punto donde arribar

ni lugar de donde partir...

 

De memorias lúcidas

que a nadie convencen

Estridencia en el silencio

Y al andar, y al vestir

Empatía eterna con la soledad

¿Cómo se dice cuando se es... 

Rara?

 

lunes, 15 de octubre de 2018

RETRATO


Qusiera saber quien pintó esta belleza para mencionarl@




Los ojos de fuego se clavan a través del infinito
como un cincel salvaje del poder del más ver.
Soberanamente se desenvuelve su ingenuidad
de labios partidos,
y se abre paso en el tiempo.
Vicente el alucinado
quemado el corazón entre rojos que lo devoran.
verdes martirizantes
amarillos ígneos que lo encandilan.
Y el negro,
fondo y estirpe de su melancolía.

Con los pies lacerados del caminante
y la claridad perniciosa de quien captura el alma.
Profeta de colores demudados
de azules trasnochados
de cielos locos de estrellas que revientan,
de astros que se hermanan
por la crueldad turbulenta de Natura,
que sin piedad,
se desnuda con un solo suspiro
a su infantil pupila humana.


Poeta. Solitario. Soportándolo todo,
bailando al son de la guerra privada
de la voraz belleza lasciva
que se le revela violenta, y para poseerlo,
le devora el pensamiento mientras duerme,
le susurra al oído su soberbia,
le borra los límites del mundo,
que al oír su nombre...
estalla.

Demasiada belleza calcinante.
Tanta hermosura salvaje, siempre es demasiada...
Inhumana gracia para su humana mirada...

domingo, 18 de febrero de 2018

ENTREVISTA DE LA REVISTA DIGITAL "CAMINOS DE TINTA"

“Mi lucha personal en Buenos Aires es que se respete la tonada”

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La directora y actriz Laura Cuffini ha presentado más de diez obras. Le gustaría dirigir en su tierra natal.

A Laura Cuffini le gustaría dirigir en San Luis.

—¿Hace cuánto que integra el “Grupo Ojcuro”?, ¿cuántas piezas ya ha dirigido?
—Formo parte del Grupo desde el 2007. Soy directora técnica de la Compañía y dirigí en Teatro Ciego la obra para chicos Quiroga y la Selva Iluminada, que transitó este año su cuarta temporada y de la que también soy autora. Como directora he dirigido más de diez espectáculos pero no realizados en esta técnica. Me encanta la dirección. Como soy actriz, me gusta encontrar el potencial de los actores y ayudarlos a que lo desarrollen, caminos nuevos que quieran recorrer. Disfruto mucho de la gente creativa.
Laura vive en Buenos Aires desde el 85. “Siempre me siento provinciana y amante de mi terruño. Voy saludando a los vecinos por la calle, me gusta tomar el fresco en la vereda. Me gusta vincularme con las personas”, expresa.
A los 13 años debutó en el teatro, gracias a una profesora de Literatura, Rosana Patire, que decidió armar en Frías, Santiago del Estero, una compañía amateur. “Primero, teatro leído con ‘Bodas de Sangre’, de Lorca. Pura pasión. Luego estrenamos ‘La novia de los forasteros’ de Pedro Pico. Me fascinó. Sentí esa cofradía que es un elenco y me enamoré. Luego comencé en Tucumán a estudiar con Elba Naigeboren, una gran actriz que me hizo percibir el placer de la actuación”, cuenta la dramaturga puntana.
El teatro la acompaña desde la adolescencia pero su primer amor es la literatura. “Empecé a escribir poesía a los 8 años y fui transitando otros géneros hasta que egresé como dramaturga, en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático (hoy UNA). En el presente, todos mis amores artísticos se dan la mano y hacen de mi la persona que soy”, indica.
—¿Recuerda algún lugar insólito donde se le ocurrió una obra? ¿En algunas de sus obras está el dilema de la persona del interior que vive en las grandes ciudades?
Pienso en teatro, es como una deformación imaginaria. Recuerdo estar dirigiendo una adaptación del hermoso cuento de Borges, “La intrusa”.  Una adaptación propia que lamentablemente no pudo ver la luz porque existen instrucciones muy precisas de Borges sobre ese cuento. Yo que soy una atrevida escribí la versión teatral y la empezamos a ensayar. No me gustaba el final. No tenía la contundencia necesaria. Tan obsesionada estaba con este conflicto que se encarnó en sueños y lo resolvió mi subconsciente. Vi claramente lo que debía suceder. Me encantó despertar y saber cuál era el camino. Cuando los actores actuaron la escena  por primera vez sentí una emoción extraña. Se estaba encarnando un sueño.
Como autora, me gustan los conflictos interiores, los paisajes geográficos de las emociones. Cada obra que escribo me gustaría actuarla. Pienso los espacios y la puesta. Es bajar a palabras la propia puesta como punto de partida de la creación. Después, quien tome ese texto, hará lo que considere, pero desde mi escritura hablo de colores, de texturas lumínicas que dan sentido al resultado final. Escribo para actores. Para ese placer que es la transformación en escena, la posibilidad de mostrar mundos secretos, íntimos ante los espectadores.
—¿A qué autores o directores vuelve con frecuencia?
Son muchos y muy variados. Leo novelas, teatro, comic, libros de autoayuda, ja. Lo que me caiga en las manos. Me encanta el terror: Stephen King, Clive Barker. Estoy terminando de escribir una novela de terror psicológico, de fantasmas. Me fascina el erotismo: Bataille, Gioconda Belli. El teatro: Storni, Copi, Gambaro,Beckett, Medina Onrubia, Shakespeare, Strindberg, Marechal, tantos… Ahora estoy leyendo fascinada las obras completas de Agüero, que se editaron recientemente y que me regalaron en la Feria del Libro. ¡Que personalidad tan maravillosa tiene nuestro poeta!
—En su blog “Textos salvajes” además escribe poesía. ¿Piensa sus piezas en términos poéticos?
Para mí la poesía es imágenes. Es la virtud de decodificar en palabras las imágenes interiores. Mis personajes usan la palabra para trasmitir sensaciones y percepciones. Nuestra bella lengua está muy achicada, más hoy en día con la escritura digital. Me gusta usar viejos términos olvidados y construcciones verbales con pretérito perfecto compuesto. Me gusta esa complejidad del lenguaje que aún pervive en las provincias.
—¿Le gustaría dirigir en San Luis?
Sin duda, me haría muy feliz. Tuve la oportunidad de dar clases de dirección y actuación y conocí artistas arriesgados y súper talentosos. Con actitud creativa y con propósitos. Actores que pensaban en poesía. Me encantaría trabajar en espacios naturales, al aire libre, con la luz maravillosa que tiene nuestra tierra. Y con tonada. Es mi lucha personal en Buenos Aires. Que se respete la tonada. Que no se obliguen al actor a cambiar su habla a castellano neutro. Que no se cercene una parte del espíritu y que reconozcamos la variedad de nuestros modos del habla, nuestros modismos, para enriquecer nuestra cultura y definirnos a nosotros mismos.

Nota para CdTAcrílico.
Etiquetado con teatro

jueves, 2 de marzo de 2017

ALGO...

La noche era oscurísima junto a la orilla... El pescador empujó el bote dentro del agua y se  deslizó corriente abajo hasta que se detuvo en el punto mismo donde cruzaban los ríos. Sabía que ese era el lugar ideal para pescar. El hombre tiró el ancla y el bote se hamacó en el viento viscoso. Se prendió un cigarrillo y tomó un trago de grapa que lo calentó y lo abismó en sus pensamientos. Cerró los ojos y se dejó chupar por la noche. Silencio. Repentina podredumbre. De pronto escuchó un crujidito. El viento frío empujó el bote y a él se le electrizó el pescuezo. Inmediatamente se puso a recoger el ancla pero… no pudo. Estaba trabada. Sudó y tiró sin parar hasta que los bordes del armatoste asomaron sobre el río. Solo los bordes… El resto del ancla se negaba a salir a la superficie. Quizá… había algo… El pescador ató la soga y maldiciendo supersticioso, hundió los brazos hasta las axilas… Nada… Ni ramas ni algas… El ancla permanecía inmóvil… Había algo… El hombre siguió tanteando y aspiró una bocanada… Finalmente, hundió la cabeza bajo el agua. Estúpidamente, pensó que vería algo… Pero solo sintió en la barbilla el roce de unos cabellos y se irguió, lleno de terror dentro del bote. De las aguas parecía venir un lamento. Absolutamente aterrado, empezó a remar. Por más que trataba el bote solo hizo un movimiento. El pescador remó con más fuerza empujado por el horrible eco que aún sonaba en su cerebro. Hasta que de pronto, la barca se liberó. El pescador siguió remando casi sobre la tierra y saltó fuera con el remo en las manos. En la noche se volvió a oír la triste voz. En ese momento el hombre supo que algo que le pertenecía al río, había venido con él. Entonces, tomando valor volvió dentro de la embarcación siempre empuñando el remo. Y esperó. Todavía, reinaba la oscuridad. Súbitamente, un olor dulce se le pegó en el fondo de la nariz…Y algo… se movió en el agua. Un chapoteo como de niño golpeaba la vieja madera. El hombre avanzó decidido. Creyó ver algo en la oscuridad y se defendió con violencia. Sintió el impacto y algo se hundió en el río. Se acercó al borde y esperó… un “por favor” doloroso resonó claramente, frente a él. Entonces, el hombre miró. Allí, entre las fétidas aguas, algo se debatía. Estaba enredado como una hebra a la soga y al ancla. “Por favor, no me tires al río”, le dijo y él reconoció en esa súplica tenebrosa la voz de una mujer... Y comenzó a verla. Su tronco se convulsionaba fuera del agua relumbrando como un desecho tóxico. La ropa podrida le cubría impúdicamente los pechos que colgaban como bolsas vacías. Ella lo miró agradecida y una sanguijuela cayó a través de su mejilla hueca. El hombre, horrorizado, puso distancia saltando a tierra. Los miembros de la mujer se agitaron y desaparecieron una vez más… El pescador dudó. Tomó unas arpilleras que se secaban en el muelle y se metió nuevamente en el río. Conteniendo su asco, se puso frente a ella y la tocó con sus piernas para saber si aquello también tenía cuerpo. Con una satisfacción morbosa confirmó que sí. Lentamente, la fue envolviendo con la tela mientras la estudiaba conteniendo cierta nausea y una excitación truculenta. Desenredó el pelo con delicadeza y la mujer nunca le opuso resistencia. Parecía dormida pero sus ojos sin parpados lo miraban… Parecía que gritaba, sin labios y sin mejillas… El pescador la desenganchó con un gesto rudo. Le cubrió la cara para no verla y la sacó del río. 
Bien amortajada la llevó hasta la puerta de su casa y la dejó entre redes, sogas y ramas, sin descubrirla… sin saber que hacer con ella. El hombre se encerró hasta bien entrada la mañana... Se levantó con resaca y sin memoria. Una negación natural de lo humano frente a lo inexplicable… Cuando salió a la luz del sol, el cuerpo aún yacía boca abajo, la cara sumergida en un charco inmundo, la osamenta a punto de rasgar la piel para festejar la gloria de la putrefacción. El pescador se acercó y giró el cuerpo con el pie. A la mujer le faltaba una mano, la derecha. Las moscas se hacían un festín sobre la carne podrida. Fue, allí que el hombre supo que la mujer estaba muerta. Por la carne floja también sabía que ella llevaba mucho tiempo perdida en el río. Las membranas habían sido devoradas por los peces y las alimañas. A través de las mejillas ausentes, el hombre creyó ver que la lengua se movía. Esperó. Se puso en cuclillas y acercó su cara a la boca rígida… Comenzó a envolverlo el crujido imperceptible que le salía de la traquea… De pronto, la mujer se sentó como impulsada por un resorte fantasmal. El hombre cayó hacia un costado aterrado por lo innombrable. “¿Quién soy?” dijo ella y se quedó quieta respirando con dificultad… hasta que un vómito de hojas y barro le liberó los pulmones. El hombre no se animó a hacer nada. La miró por un largo rato luchar con la gravedad. Intentar pararse y caer. Su mueca decidida le daba pena, pero no atinó a moverse… Hasta que por fin… La mujer lo consiguió. Titubeante, avanzó dos pasos y tropezó. El hombre pegó un salto y la sostuvo. En silencio la levantó y suavemente la entró en el rancho. La llevó hasta el catre,  la acostó y salió a vomitar fuera. De pronto, la mujer se incorporó, resoplando de dolor. Algo la llamaba desde el río. Su cuerpo agotado, aún se resistía a su condena… pero algo dentro de ella, la obligó a caminar hasta la ventana. Las aguas brillaban a lo lejos, como un diamante engañoso. La mujer sollozaba y no podía resistirse. Su cuerpo quería volver al río. Avanzaba dejando un rastro pegajoso con su muñón. Hasta que el hombre la tomó de los hombros y la retuvo contra sí. La mujer se apretó contra él y la metió dentro. El pescador conocía la avaricia del río. Sabía que, tarde o temprano el río recuperaba lo suyo. “Aquí, no va a poder entrar”, le dijo a ella y la ayudó a recostarse nuevamente. Con una profunda piedad, la abrigó y salió a tapiar las ventanas.

Cuando regresó ya había caído el sol. Por un momento, él temió no encontrarla, pero el olor dulce se percibía casi desde la costa. Dentro del rancho, el frío y la podredumbre eran insoportables. Lentamente se acercó a su cama y la encontró en la misma posición que la dejara. La miró mientras bebía ginebra. La mujer tenía marcas por todo el cuerpo hechas por el agua y los peces, pero sobre todo le llamaron la atención unas profundas cicatrices en las muñecas y los tobillos. Tal vez, alguien la tiró a las aguas atada de pies y manos. Un escalofrío lo sacudió y quiso prender un fuego. También quiso más alcohol y no pudo dejar de mirarla. La ginebra lo calentó, y por un instante, lo hizo sentir en calma. Camino hasta ella y, sin saber por qué, le chorreó unas gotas en la boca descolorida. Inmediatamente, la mujer comenzó a mover los ojos y a chasquear la lengua. Abrió la boca y lo miró. En el fondo de sus ojos parecía brillar una luz que se encendió con otro trago. Ella se convulsionaba con movimientos rápidos y él se alejó embargado por el espanto. Repentinamente, la mujer se sentó y le extendió el muñón. Sorprendida, se quedó mirando la herida, mientras el pescador le servía un trago. Ella bebió haciendo un gorjeo espantoso moviendo ante sus ojos, el miembro cercenado.
Al otro día, después de haber bebido muchas horas juntos en silencio, el hombre volvió a irse, dejándole ropa sobre la cama. Ella se vistió y se sentó a esperarlo, mirando en dirección al río. Cuando él regresó la encontró  vigilante en la oscuridad. Sin decir palabra, el hombre vació una bolsa con víveres y  cocinó una comida para los dos. “Oiga, venga a comer” le dijo y ella reaccionó. “Ayer tenía dos manos. Creo que algo me golpeó… pero no recuerdo… no recuerdo” El pescador comenzó a comer y ella trató de imitarlo. Los pedazos de comida se apelotonaban en su garganta para bajar por parte de la traquea expuesta. Involuntariamente, él tuvo una arcada. Buscó un trapo y se lo ató alrededor del cuello para que ella pudiera tragar. Cuando la mujer dejó de comer permanecieron sentados a la luz de una vela. “¿Quién soy?”, le dijo ella. El se encogió de hombros y se mantuvo en silencio. “¿Quién soy?” El hombre se levantó y se fue a la cama. “¿Quién soy?”, volvió a repetir ella. “Yo no sé. Te escapaste del río”

Cuando el hombre regresa, a la noche siguiente, ella ha preparado la cena. Como le falta la mano derecha ha cortado grandes trozos de todo lo que encontró en la casa, inclusive un pájaro. El hombre agradece a su manera y la contempla. Iluminada por el fuego, ella parece la mujer que alguna vez fue. El, que siempre estuvo solo, siente nacer en su pecho un sentimiento ambiguo de deseo y repulsión. Ella intenta sonreír y hace una mueca monstruosa. El hombre se sobresalta y retrocede. La mujer se para y con dificultad, abandona la casa. Él la sigue pero no la encuentra. Hasta que oye en la noche, el mismo triste lamento. La mujer solloza quedamente y tirita de frío. Entonces, él, con una suavidad nueva la gira y la mira directamente a los ojos. Ella quiere huir, pero él la retiene. “Está bien…” le dice, acercando su boca a la de ella. Se abrazan como dos sobrevivientes, aferrados el uno al otro, como si toda la vida hubiesen esperado ese momento.
Cuando el hombre despierta, la mujer hace rato que lo mira desde el borde de la cama. Tiene una pala entre sus brazos. “Pescador, hace tiempo que busco en mi memoria rastros de mi nombre. He flotado en la corriente, con otros como yo… Pero el agua no da respuestas… Sin embargo, cuando ayer y a pesar de todo, fui tu mujer, algo en mí revivió… Quizá fue tu calor en mis entrañas, la vida en mi interior que rasgó el olvido al que estaba condenada... No sé, pero ya recuerdo quien soy. Mi nombre es Susana Pereyra y ya se como llegué al río. Me arrojaron de un avión. También sé que el río siempre va a reclamar lo suyo… Por favor, no quiero volver al agua. Allí, las almas flotan sin jamás recordar, condenadas a ese sufrimiento. Ya casi no puedo resistirme a su llamado. Necesito que hagas algo más por mí. La última cosa. Necesito que me entierres y grabes mi nombre en la lápida. Yo lo haría pero pronto voy a dejar mis pedazos por todas partes y no quiero que veas como me pudro. El aire que tanto añoraba, hoy me disuelve. Por favor, va a ser lo único que te pida. Tenés que enterrarme y grabar mi nombre… y así, por fin, voy a poder descansar en paz”
El hombre la escucha y no le responde. Siente nuevamente que algo que quiere le va a ser arrebatado. Y se resiste. Se viste en silencio y ella que ha dicho todo lo que necesita decir, lo sigue arrastrando la pala. Antes de cerrar la puerta, él le contesta “Nunca. Yo te rescaté y sos mía. Nunca vas a dejarme.”
Está vez el hombre regresa en la madrugada y se la encuentra en la ribera. La mujer está aferrada a las sogas pero su cuerpo quiere entrar en el agua. Hace tiempo que parece estar luchando y el brazo del muñón apenas está sostenido al hombro. El pescador la toma con cuidado de la cintura y ella se entrega y se pega a él. La levanta entre sus brazos y la lleva hacia el rancho. El hombre comprende que ella tiene razón y decide ayudarla. Mientras ella duerme, busca la pala y cava un pozo profundo. Improvisa una lápida y graba con el cuchillo el nombre. La deposita en el fondo, con una tristeza espantosa, y ella no se mueve. Antes de echar la primera palada la mira recostada y se le cae una lágrima. La mujer se inquieta y se despide. Con un amor tan inmenso que él jamás ha recibido, ella le dice “Te amo”


lunes, 25 de abril de 2016

Puedo

Puedo.

Creo que puedo.

Pienso que puedo.

Finalmente puedo.



Si  fracaso...

Puedo fracasar...

 Creo que puedo fracasar…

Creo que puedo.



Yo quiero.

Puedo y lo quiero.

Quiero poder.

Poder del quiero.



Puedo perder.

Si pierdo…

…Puedo Poder…

Perder sin miedo.



Puedo.

Creo que puedo.

Pienso que puedo.

Finalmente puedo.

Maldón

  Nací en el desierto Muchos años atrás Jesús rondaba cerca Un día no estuvo mas     Viajé muy lejos  Po r fuego y fulgor  B u...